sábado, 10 de septiembre de 2016


CONSIDERACIONES SOBRE "CAFE SOCIETY"

Escrito para Rock, The Best Music, revista por internet de la cual publico mi quinto artículo, todos sobre cine, aunque a no mucho tardar creo que empezaré con las crónicas musicales, ya que a fin de cuentas es lo primordial en su web. El enlace original se puede leer aquí

Mi experiencia cinéfila con Woody Allen comienza en un pueblo playero del litoral murciano donde pasaba mis vacaciones, en uno de esos cines de verano de programa doble que por desgracia pasaron a mejor vida en estas poblaciones costeras y que reponían los estrenos significativos de la anterior temporada. En ese caluroso agosto de mi vida me quedé impresionado con una de esas películas. Se trataba de “Hannah y sus hermanas” y su forma de entender el amor, también el desamor, la vida, la muerte, la comedia y el drama me cautivó. Tanto como hasta ahora. Supongo que si tuviese que elegir las películas que han marcado mi existencia Hannah tendría un papel prioritario. Tanto que a partir de ahí investigué en la figura de este loco neoyorkino, vi de estreno “Septiembre” y “Otra mujer” en los ya extintos cines Madrid y Pompeya lo que me condujo a Bergman y Tarkovski y a interesarme por la filosofía, cosa que sigo manteniendo desde mi periplo universitario. Es sorprenderte como el cine puede conducirte a elegir una carrera u otra, aunque el gran impacto llegó con “Delitos y faltas”. Un adolescente cinéfilo y cinéfago quedaba sorprendido con lo que acababa de ver en pantalla. ¡Se justificaba un crimen y cualquier espectador estaría de acuerdo!. Una estructura que ha repetido en más titulos como “Match point”, “El sueño de Casandra” o su anterior “Irrational man” pero nunca llegando a acercarse al original. Desde entonces he visto todos sus nuevos proyectos en estreno, solo, con algunas de las personas más importantes que han pasado por mi trayectoria vital o, incluso, como parte de una cita para dejar claro lo que me interesa. Nostalgia, como bien decía el personaje de Anton Walbrook en la obra maestra de Max Ophüls “La ronda” mientras hacía girar un tiovivo exclamaba que vivía mucho más feliz en el tranquilo pasado que en el duro presente o el incierto futuro. Siempre me ha encantado esa frase, ese inicio y ese largometraje.

Nostalgia, como la que siento al escribir sobre Woody Allen y volví a tener al salir de ver “Café Society”.

Pues a pesar de no ser una de las magnas obras tipo “Manhattan”, “Annie Hall” o las antes referidas “Hannah y sus hermanas” o “Delitos y faltas” si entronca con esa época de mediados de los ochenta hasta finales de los noventa que entiendo como su mejor etapa y que supera desastres artísticos como “Scoop”, “Vicky Cristina Barcelona” o “A Roma con amor”, borrones indignos de alguien que en sus historias más mediocres, “divertimentos”, “experimentos” y cintas menores siempre hay partes de lo más estimulantes y atractivas. Comentaba lo de entroncar con esa época, ya que sea por ambientar la trama en los años treinta o por el poso romántico me ha hecho recordar “Días de radio” y esos pasajes donde el niño descubre por su tía Dianne Wiest los enormes y lujosos cines de Nueva York o a la Mia Farrow de “La Rosa Púrpura de El Cairo” obnuvilada por lo que sucede en la pantalla antes que los personajes rompan la “cuarta pared” de forma literal y entren en su vida. Pues la nostalgia de esos convulsos tiempos que ni el propio Allen vivió anega todo “Café Society”. Guión bien conocido que aboga por la superioridad de Nueva York sobre Los Ángeles, de la bohemia sobre la fama, la cultura sobre el vacío o la inteligencia sobre todo, narrando las andanzas de un joven inexperto que viaja a la Costa Oeste a trabajar con su tío, un exitoso agente cinematográfico, haciéndose paso entre el lujo y el glamour de las estrellas y teniendo un amor imposible con la secretaria de su mentor y hermano de su madre, a su vez amante de la joven, aunque ninguno lo sepan y como ese romance le lleva de nuevo a su ciudad para montar un local de moda entre la alta alcurnia. Nada nuevo, pues en el visionado lo noté en su tramo final pero ahora que lo escribo me doy cuenta que el argumento parece sacado de “Casablanca”, cosa que no es de extrañar pues las similitudes de “Blue Jasmine” con “Un tranvía llamado deseo” eran más que evidentes. Lo que sucede es que Allen lo cuenta todo tan bien que es imposible resistirse a esas faltas menores, pues en la poco más de hora y media de metraje nos ofrece un curso acelerado de diálogos ingeniosos y talento en la puesta en escena, ayudado por la colorista y saturada fotografía del enorme Vittorio Storaro, la edición de su habitual desde “Acordes y desacuerdos” Alisa Lepselter o una dirección artística, maquillaje y vestuario cuidado al detalle, sumados al buen gusto con la selección de canciones.
Otro de sus platos fuertes es la dirección de actores y ahí destaca el trío protagonista con un Steve Carell soberbio, el veterano que ofrece la réplica a los enamorados Jesse Eisenberg y la gélida Kristen Stewart, que sí bien no es Bette Davis como actriz sí que se consigue que tenga una actuación digna. Ellos hacen posible, junto con los acertados secundarios, que transitemos por terrenos familiares y que lo que comienza como una comedia romántica agradable pase a un amargo drama nostálgico sin que uno como espectador pueda llegar a comprender cuando ha llegado ese cambio, una de las especialidades del realizador es esta; el salto entre géneros sin sobresaltos y que llevó al paroxismo en “Melinda y Melinda” (una de las que vi con alguien de esas personas importantes que referenciaba más arriba).
Quizás “Café Society” no se encuentre entre sus mejores obras, lo que es seguro es que entre las peores tampoco. Un término medio que siendo Woody Allen conlleva el signo de calidad y lo que le hace merecedor de rozar el notable. Salí feliz del cine, con una sonrisa en la cara y una pequeña lágrima en la mirada envuelto en esa magia, esa “saudade” portuguesa que el responsable de “Maridos y mujeres” sabe dotar a sus criaturas cuando quiere y que me han llevado a ver años después a ese pequeño adolescente observando con una arrebatadora pasión a Michael Caine decir aquello de “-¡Qué hermosa es!-” en el inolvidable plano fijo con el que abre “Hannah y sus hermanas”, un beso con la luna madrileña de testigo tras ver “Desmontando a Harry” o “Melinda y Melinda”, el momento que sentí que me quedaría a vivir en Cádiz tras “Si la cosa funciona” o desastrosas citas a lo largo de los años y de su filmografía. ¡Como no voy a ver todo lo que haga este señor, si ha sido parte esencial de lo que Flaubert denominó “educación sentimental”!. Por lo menos en mi vida.

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