CONSIDERACIONES SOBRE "EL HOMBRE DE LAS MIL CARAS"
Una de las producciones españolas más importantes por su director y su historia, uno de los episodios más lamentables que ha ofrecido la política española. Una época donde el latrocinio era habitual entre los miembros del gobierno, a todas las escalas y que he escrito para Rock, The Best Music.
Han tenido que pasar veinte años para que alguien haya tenido el
coraje de rodar uno de los episodios
más lamentables, pero a la vez
“chuscos”, que ha sucedido en la política española. Un tiempo donde la
corrupción institucional era evidente, incluso más que ahora pero con
muchos menos medios de comunicación sirviendo como “altavoz” de los
desmanes del gobierno, y que se llevó por delante a un Ministro del
Interior, la “proyección imparable” de otro y que acabó deteniendo o
encarcelando a un tercero, su Secretario de Estado de Seguridad o a todo
un Gobernador del Banco de España. Me parece bien ese transito de
décadas para narrar sin complejos este triste momento pues el paso de
los inviernos suele borrar el ápice de emotividad, y por tanto de
subjetividad, de la inmediatez. Por ello la historia se debe contar lo
más alejado posible del acontecimiento buscando la objetividad del hecho
y no el sentimentalismo que, por desgracia, asola a muchos de los
profesionales del sector con sus teorías cargadas de ideología,
maniqueismo o ese común error de explicar actos del pasado desde la
óptica del presente.
Así que basándose en el libro que escribió Manuel Cerdán hace lustros
el director Alberto Rodríguez acomete tamaña empresa. Y lo primero que
hay que decir es que el resultado es más que digno, excelente en algunos
pasajes. No llega a los límites de maestría de “La isla mínima” pero
roza el notable como su estupenda “Grupo 7”. El primer pilar en el que
se cimenta el edificio es un guion lleno de hallazgos y que firma el
propio Rodríguez junto a su estrecho colaborador Rafael Cobos. Un alarde
de precisión, pues condensa en dos horas una idea que daba para una
serie, con la acertada propuesta de dividirlo en capítulos como si de
una novela se tratase. Una fórmula que tiene muchos ejemplos de buen
funcionamiento, así “a vuelapluma” se me ocurre el “Hannah y sus
hermanas” de Woody Allen o “Nymphomaniac” de Lars Von Trier. Ello dota a
la película de un correcto ritmo narrativo y que las dos horas de
metraje pasen en un suspiro, cosa con la también tiene que ver su editor
de confianza José M. G. Moyano que realiza una gran labor. De hecho, el
capítulo técnico es relevante pues el largometraje tiene envoltorio de
producto de calidad, plagado de nombres conocidos en los filmes de
Alberto Rodríguez como el portentoso trabajo en la fotografía de Álex
Catalán y la magnífica banda sonora de Julio De La Rosa. Es de alabar
que su responsable siga contando con su mismo equipo desde sus primeras
obras pues, creo, que consiguen que la maestría en la puesta en escena
de Rodríguez se amplifique y se note más. Siempre he creído en el cine
como equipo y no como una única persona, como dijo Stanley Donen en una
ceremonia de los Oscar tras ganar el premio honorario sobre la facilidad
de dirigir contando con los mejores técnicos y actores. Y aquí el
capítulo actoral también es convincente, encabezado por un Eduard
Fernández que consigue una interpretación maravillosa, con mil matices,
desde la bravuconería castiza, el humor socarrón pero sin dejar de ser
un “intrigante”, un espía sin más arma que su inteligencia, más en la
órbita de los de John Le Carré que un “hombre de acción” a lo James
Bond. Le acompañan un correcto José Coronado y una contenida pero eficaz
Marta Etura. La pena es que el Luis Roldán de Carlos Santos quede
desdibujado por su poco convincente maquillaje, en concreto la calva,
como sucede en alguno de los últimos trabajos de Clint Eastwood como “J.
Edgar” o “Jersey Boys”.
Una cinta recomendable y que estoy seguro que no solo tendrá el
reconocimiento en taqulla sino en múltiples certámenes y concursos pues
nos acerca a un tiempo convulso como el actual donde la política sirve
para nutrir espúreos intereses, aunque no acabe del todo bien, pues si
nos atenemos a la vida actual del antiguo Director General de la Guardia
Civil, parece que la “millonada” de la que se apropió acabó toda en las
manos de Paesa, como describe Sánchez Dragó en su último libro, tras un
engaño que le hizo pasar trece años en prisión y que lo ha dejado en la
“ruina”, con un Paesa que anunció su muerte y al que se le perdió la
pista para aparecer años después. Un momento donde el omnipotente
Belloch, entonces “superministro” de Interior y Justicia, necesitaba
apuntarse “un tanto” para sustituir a Felipe González como Secretario
General de un debilitado PSOE, que perdía las siguientes elecciones a
manos del PP de Aznar, aunque creo que más que la corrupción les pasó
factura la enorme crisis y el paro (Belloch no logró sus objetivos pero
terminó de alcalde en Zaragoza). Momentos duros pero donde emerge la
figura de Antonio Asunción, único ministro que ha dimitido por un error,
ya que el perder a Roldán le hizo tomar esa responsabilidad política
que no se ha vuelto a repetir, pues el otro que también dejó su cargo
sin ser cesado fue Manuel Pimentel como Ministro de Trabajo pero fue por
volver a la actividad privada que, en principio, debería dar más dinero
que lo público, aunque hoy por hoy la carrera política se ha convertido
en una tremenda forma de buscar una colocación o una forma de hacer
“ingeniería social”, ambas posturas igual de terribles y donde el
profesional prestigioso sin nada que demostrar y que llega a ofrecer
unos años al pais es laminado en la “picadora de carne” en la que se han
convertido los partidos políticos, donde lo que opine el líder es la
única postura plausible entre todos los miembros, como sucedió en esta
“astracanada” donde todos los españoles nos “tragamos” la versión
oficial de los “papeles de Laos” y el “Capitán Khan”, sin saber lo
ocurrido en realidad que superaba cualquier fantasía, con espías,
cambios de piso en París y un Gobierno acorralado que recurría a
cualquier mentira para perpetuarse en el poder. Como todos.
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