domingo, 10 de julio de 2016


CONSIDERACIONES SOBRE "BODEGAS CAMPOS"

Aprovechando un viaje a la ciudad de Los Califas no podía dejar de pasar por uno de los referentes de la cocina cordobesa. Un sitio donde he comido en varias ocasiones y siempre muy bien, remarcando el "muy", además de ser un lugar con algo de magia con esas barricas y botas firmadas por sus famosos comensales, ¡qué no son pocos!

 De hecho, la última firma era la del grupo germano Scorpions, que era el motivo fundamental para la visita a la ciudad Omeya y que nos comentó su "maitre" que allí se fraguó el espectáculo flamenco que acompañó al solo de batería de Mickey Dee, cuando vieron el show de las "bailaoras" y el bailarín el viernes mientras cenaban.

Tras visitar Córdoba con un calor infernal, llegamos a la taberna de Bodegas Campos sedientos, tanto que hasta la Cruzcampo helada que me pusieron me "supo a gloria", no siendo muy degustador de esta cerveza. El "tinto de verano" con gaseosa, con "blanca" como se dice en Cádiz, también me explicó mi pareja que estaba bueno, con el vino por un lado y la "casera" por otro, no sacado de un grifo, que suele ser infinitamente peor. Tras el aperitivo, acompañado por unas aceitunas verdiales ricas y "aliñás" y comprobar algunas de las firmas de las botas, y en especial la de Klaus Meine y Rudolf Schenker, pasamos al salón donde nos acompañaron a nuestra mesa, situada en la estancia colindante con la zona de taberna.
No teníamos claro si probar uno de los arroces de la casa, en concreto el del rabo de toro, o decantarnos directamente por la cola vacuna sin arroz, siendo esta carne el protagonista del plato. Al final, ganó esta última solución. Viendo la potencia del plato principal, elegí para el maridaje un estupendo Somontano, un Bodega Pirineos, construido sobre la base de esas dos uvas francesas tan características como son la Merlot y la Syrah y esa preciosa etiqueta con una mano femenina acariciando un equino. Precio ajustado, aunque como en todos los restaurantes doblando el precio de fábrica. Rico vino.
Comenzamos el ágape con el curioso salpicón de garbanzos, pulpo y rape, servido en frío, aunque el pulpo este cocido en su punto y el rape braseado de forma adecuada y que creaba una curiosa sinfonía de sabores, manteniendo el sabor del cefalópodo y el pez, con el aliño y vinagreta y unos garbanzos muy buenos y en su punto óptimo de dureza. Estupendo inicio al que continuó las judías con foie y vinagreta de mostaza, otra curiosa creación, con unas judías verdes cocidas en su punto, casi "al dente", en una cremosa vinagreta de mostaza a la antigua y realzada y coronada con unas lascas de "foie micuit" que combinado daba como resultado un plato simple pero casi perfecto, de un sabor pleno y una textura grata al paladar. Una delicia. Y un acierto pleno, pues es cierto que el salmorejo de Bodegas Campos es una especialidad y cuando lo he probado en alguna otra ocasión, me satisfizo plenamente pero en esta ocasión fuimos a entrantes que no hubiésemos probado. La carne, como expliqué antes, iba a ser el maravilloso rabo de toro deshuesado con cremoso de patatas. Un clásico y un seguro.Servido en taco, con el puré por encima y la salsa, que tan untuosa y con tanto sabor que parece un concentrado, una crema o una gelatina, con sus "verduritas" nadando en este prodigio y colocadas en una simpática anarquía. Una genialidad que nadie con cierto gusto culinario debería dejar de probar. Pues cambiarán los jefes de cocina, a día de hoy Juan Gutiérrez, pere este plato seguirá siendo la estrella de la casa. Y aunque aparezca recomendado pero sin soles ni estrellas en la Repsol y la Michelín, sus célebres comensales atestiguan el éxito de este centenario restaurante cordobés.

Los postres sirvieron de colofón perfecto, junto con un café cortado que pidió mi pareja, y que me explicó que estaba delicioso, con lo complicado que es encontrar expertos baristas por estas latitudes. El primero era la milhoja de crema de queso y helado de frambuesa. Delicioso, con un acompañamiento de frutos rojos que elevaba el sabor del hojaldre con el lacteo y el magnífico helado y el segundo, una espectacular gelatina de gin tonic de fresones, otro plato pensado para convencer a casi todos los paladares y coronado con un sorbete de limón que conseguía refrescar el asfixiante calor de la calle en ese momento. De hecho, tras salir nos dimos cuenta que el cielo escupía fuego y uno de los termómetros lo atestiguó camino al hotel marcando 46 grados. Suerte que íbamos en coche y con la felicidad de una comida estupenda. Seguiré visitando este templo siempre que vuelva a Córdoba. Lo adoro.



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