Dentro de la animación hay de todo, como en la viña del señor, pero lo que llega a la gran pantalla suele tener una calidad indiscutible salvo mínimas excepciones. Esta no es de esas aunque estoy seguro que tampoco pasará a los anales de la historia. Escrita para Rock, The Best Music, el original se puede leer en este enlace
Dentro de la animación contemporánea estadounidense destaca Pixar,
con una concepción de las historias, los personajes y el tratamiento
del ordenador que han revolucionado un género donde Disney copaba en la
práctica casi toda la cuota de mercado con sus edulcorados y simplistas
tratamientos. No es de extrañar que viendo el cambio de tendencia en los
dibujos animados gracias a la compañía californiana, al final los de
“Mickey Mouse” han unido sus fuerzas y comprado a la productora de John
Lassetter dejando de momento una joya como “Del revés”, como empezó con
su primer gran éxito “Toy story”, una obra maestra del cine para toda la
familia. Y digo obra maestra en el concepto clásico que además de tener
unas virtudes estéticas admirables suma el convertirse en referente en
otros títulos posteriores e inventar una nueva forma de lenguaje
cinematográfico. No solo es la animación por ordenador es lo que cuenta y
como lo cuenta, rompiendo el monopolio de la “fábrica de sueños” de la
compañía de Orlando y así gracias a Pixar han aparecido otras
productoras en EE.UU. como Ilumination, cuyo gran triunfo en taquilla
fue la serie de “Gru: mi villano favorito”, con dos partes y un “spin
off” de “Los Minions” y que ahora produce “Mascotas”, vehículo pensado
para “reventar las salas” pero que debe mucho a Pixar y en especial a
“Toy story”, pues las similitudes son innegables.
Si bien, estimado lector, recordemos el argumento de la cinta de los
juguetes: Un vaquero es el rey del cuarto de un niño hasta que aparece
otro muñeco novedoso, un astronauta con el que comenzará un
enfrentamiento por celos que derivará en que los dos “enemigos íntimos”
acaben perdiéndose por la ciudad y deban aunar esfuerzos para volver
sanos y sin que el dueño se de cuenta de nada, pues la grandeza era que
hacían esas criaturas inanimadas cuando nadie los veía convirtiéndose en
figuras con cualidades humanas. Aquí se sustituyen a los juguetes por
mascotas, en especial perros, narrando la historia de uno de ellos
convertido en el rey del vecindario y adorado por su “ama”. La llegada
de otro cánido más grande hará desatarse una hostilidad que irá en
aumento, tanto como para acabar perdidos y secuestrados por un grupo de
animales que rechazan a los humanos y que tendrán que superar sus
diferencias para salir bien y volver a casa, mientras la “perrita”
vecina comienza a reclutar voluntarios para encontrar a su gran amor.
Todo predecible. Divertido en algunos pasajes y secuencias pero que su
prometedora idea inicial de conocer la vida privada de las mascotas se
diluye en una acción, en muchos momentos sin sentido y con cambios
extraños en su argumento, pues más de un personaje parece que va a
seguir una línea que luego se ignorá de forma definitiva. Ejemplos:
Vemos a la perrita enamorada como una malcriada adicta a los
“culebrones” sudamericanos y con unas maneras que recuerdan a los
personajes de esas series que tanto daño han hecho a la sociedad. El
caso es que sin saber cómo, se convierte en una heroína de acción,
olvidando por completo esa faceta anterior. Como sucede con un halcón de
instintos homicidas y primarios, ese instinto asesino lo hace divertido
pero sin explicar por qué lo pierde sin volver a tenerlo en toda la
parte final. Fallos en el engranaje de una trama irregular que hace que
la película vaya a trompicones, ahora entretenida, ahora aburrida aunque
con una factura técnica y visual fuera de toda duda, merced al buen
trabajo de Chris Renaud, responsable de los dos Gru y el debutante
Yarrow Cheney, otro nombre que ha crecido en la empresa en diversos
trabajos. No pretende llegar a los límites de grandeza de “Toy story”
sino convertirse en un vehículo nada novedoso para conseguir rédito
económico aunque con una destacada labor técnica, no al estilo de otros
innovadores como la animación limitada del japonés Studio Ghibli y las
apoteósicas obras de Hayao Miyazaki o el tenebrismo de Laika o Tim
Burton.
El tema daba para más, pues mucha gente comparte su vida con animales
y en las sociedades evolucionadas y de corte occidental, y en más casos
de los deseables, se ha perdido el norte antropomorfizando, no solo a
las mascotas sino a casi cualquier criatura del reino animal y así se
llegó a ver no hace demasiado tiempo “El proyecto Gran Simio” que dotaba
de derechos a estas bestias emparentándolas con el humano, hasta el
delirio de los últimos años donde algunos prefieren salvar un perro o un
gato que a un humano, como sucedió con el can de aquella infectada por
ébola que tuvo hasta manifestaciones para no ser sacrificado. Y eso que
estábamos hablando de ¡ébola! O hace poco escuché a una activista del
Pacma, comparando la muerte de un torero con la de su perro y por la que
merecía el mismo pésame que la viuda. No me gustan los toros. Me
aburren. Pero no es comparable con la muerte de un ser humano. Uno de
los grandes mantras de todo totalitarismo es eliminar lo que tiene de
humano una persona, se lamina su condición humana y así un judío se
puede convertir en un cáncer que extirpar de la sociedad para un
nacionalsocialista o un disidente o adversario político en un monstruo
que solo queda como solución su eliminación o encarcelamiento para ser
reeducado. Pues con los animales, lo mismo. Yo lo llamo “Complejo de
Walt Disney”, ya que al crecer viendo esas películas donde los “bichos”
hablan, cantan, bailan y tienen conductas humanas, se les antropomorfiza
y se les trata en plano de igualdad. Nada que un humanista pueda estar
de acuerdo. Y lo sorprendente es que esto lo estoy escribiendo con mi
gata Nullah, una preciosa Maine Coon, durmiendo tumbada sobre su cesta.
Un animal que desde que llegó a mi vida, no hace demasiado tiempo, cada
día me sorprende más, incluso hoy sirviendo de despertador recordándome
escribir estas consideraciones sobre este largometraje. Tener cariño a
los animales es positivo y una virtud pero sin perder la perspectiva. La
pena es que todos estos radicalismos se suelen dar en países del primer
mundo o en los subdesarrollados en las élites. Y es que cuando tienes
que sobrevivir es difícil luchar por apoyar el Proyecto Gran Simio o el
cierre de los zoológicos, como lucha contra la esclavitud.
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