Es agradable descubrir un título interesante sobre un tema que uno no espera, ya que por su director y el cartel esperaba un cinta de terror pero lo que acabamos viendo es un vehículo de suspense mezclado con acción. Como la gran mayoría de las películas analizadas en los últimos meses ha sido publicado antes en Rock, The Best Music
Fede Álvarez saltó a la fama con un cortometraje titulado “Ataque de
pánico”, trabajo de poco presupuesto pero con unos brillantes efectos
especiales que narraba una invasión por medio de robots gigantes a un
Montevideo impotente ante los colosos de acero. Así el uruguayo
consiguió llamar la atención y pudo ser contratado por Sam Raimi y
Robert Tapert para dirigir el “remake” de su gloriosa “Posesión
infernal”. Una oportunidad única que no desaprovechó pues filmó un más
que digno encargo, creando una cinta más aterradora y seria que el
original, un producto de terror al uso, no limitándose a copiar el
sentido del humor y los alambicados planos que Sam Reimi construyo en
1981. Huelga decir que este clásico de los ochenta es clásico por algo y
la de Álvarez no llegaba a esos límites pero aun así es un buen film.
Esto le ha propiciado que Ghost House, la productora de Sam Reimi
junto a su inseparable Robert Tapert, faltaría Bruce Campbell, el tercer
apoyo de este divertido triunvirato del horror, vuelvan a contar con
Fede Álvarez para producir su segunda película, esta vez sí propia y no
una nueva versión de algún que otro largometraje. Para ello se ha vuelto
a unir con su guionista Rodo Sayagues, con el que ha escrito la
totalidad de su filmografía, para crear un producto para nada original
pero muy bien narrado. Poco novedoso pues lo que cuenta es un grupo de
tres jóvenes ladrones de casas que tienen ante sí el golpe perfecto; un
hogar apartado sin vecinos y donde solo habita un hombre ciego. El
sencillo delito se convierte en una trampa mortal que les deparará
desagradables sorpresas. Una trama sin demasiado recorrido “a priori”
que merced al elaborado “libreto” y al talento de Álvarez hacen que la
empresa se convierta en mucho más que un entretenimiento adolescente.
Buena parte se debe al tratamiento de los personajes, pues a pesar de
que se intente dulcificar, no dejan de ser tres delincuentes que abordan
de forma repugnante a un pobre hombre que consideran desvalido. La
gracia es que el tipo en cuestión tampoco es demasiado simpático para el
espectador, aunque entiendo sus motivaciones y rápido me posicioné a su
favor deseando que acabase con estos sujetos caprichosos y que solo
intentan prosperar con el robo en casa de ricos, solo por ser ricos, ya
que no parece que ninguno de ellos se haya enriquecido de forma ilegal.
Además a un par de secuencias que recuerdan a “El secreto de sus ojos”,
la magistral película de Juan José Campanella, contada de forma
diferente, pues lo que en el filme argentino era lícito y todos
entendíamos como correcto, aquí es moralmente reprobable a ojos del
charrúa. Cosas del cine.
Pero lo que es innegable es el tremendo ritmo, una especie de montaña
rusa sin frenos donde uno tiene la certeza que al final va a
descarrilar. Da gusto ver como narra su historia con imágenes en un solo
escenario. Un ejemplo de puesta en escena moderna y de cómo el cómo se
cuenta es casi más importante que lo que se cuenta, lo que me hace
pensar en la vieja ambición de Cesare Zavattini, guionista de unas
cuantas de las obras maestras de Vittorio De Sica entre otras muchas
genialidades transalpinas, que ambicionada contar un día en la vida de
un oficinista, cosa que nunca consiguió. Esto es cine en estado puro y
lo que ha querido contar es más un thriller o un vehículo de suspense
con grandes dotes de acción que cine de género, en este caso horror. Y
que solo merece mi admiración y respeto, aunque la fotografía de Pedro
Luque resulte algo oscura y los tres atracadores resulten meros
arquetipos, a merced de un Stephen Lang que devora en cada secuencia a
los estridentes Dylan Minnete y Jane Levy, no sé si su interpretación
quiere llevar esa pauta pero me resultan desagradables y les deseo, en
lo más íntimo de mi ser, un final contrario a sus intereses. Debe ser
que algo de alma sádica tengo, pues no es el único caso, pues en un
ensayo que he escrito sobre los “vídeo nasties”, esas películas
prohibidas en el Reino Unido por el BBFC, órgano censor británico,
durante el gobierno de Margaret Thatcher, en más de una de las setenta y
dos películas me ha sucedido lo mismo; colocarme del lado del villano
contra los descerebrados héroes. Lástima que la editorial que iba a
publicarlo al final no pudo pero no pierdo la esperanza que algún día
vea la luz. De hecho una de las tratadas es “Posesión infernal” y en
ella Reimi tampoco desesperó para conseguir terminar su impactante
“opera prima” y que años después Fede Álvarez debutase en la dirección y
que ahora se pueda catalogar a “No respires” como un largometraje
cercano al notable. Con sus fallos, es obvio, pero los disculpo pues las
virtudes ensombrecen los defectos y me gusta su forma de entender el
cine.
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