lunes, 12 de agosto de 2013


CONSIDERACIONES SOBRE "JULIO CÉSAR"

Ver en directo una obra de Shakespeare siempre es toda una experiencia, pero asistir a una representación del genio de Statford Upon Avon, en un marco tan incomparable como el Teatro Romano de Mérida es algo muy complejo y difícil de explicar con palabras. Es sentir el peso de la historia en cada columna, en cada piedra y en cada movimiento de los actores.La obra elegida en esta ocasión, dentro del Festival de Teatro Clásico de Mérida era, nada menos, que el "Julio César" de William Shakespeare, una obra que a pesar de los años transcurridos sigue de vigente actualidad y de la que existe una magnífica película dirigida en 1953 por Mankiewicz.


Un montaje sencillo y muy diáfano, con una mesa de despacho, unas cuantas sillas, un obelisco móvil y una pantalla de vídeo donde se emiten imágenes de los personajes gritando, llorando o muertos y que me pareció una espléndida idea, ya que llena de dinamismo la acción, ya de por si sensacional.
El vestuario intenta ofrecer con claridad el ambiente militar y me pareció entrever una clara analogía con la Italia fascista de Mussolini en los trajes. Otra idea que funciona, pues fue el propio César el que acabó con la República, creando una dictadura más o menos populista. De ahí que Bruto y Casio conspiraran para asesinar al tirano y volver a instaurar la República, en nombre del bien común.
Los actores cumplen desde Tristán Ulloa como Marco Bruto, José Luis Alcobendas como Cayo Casio, el verdadero "malo" e intrigante de la función y Mario Gas como Julio César. El único lunar, en mi opinión, es Sergio Peris-Mencheta al que su Marco Antonio, le viene algo grande y sin realizar una bochornosa interpretación, no resiste, en ningún momento, la comparación con el mismo personaje de otros montajes, y no digamos con el marlon Brando de la película de Mankiewicz.
Eso si, es acongojante observar toda la puesta en escena de Paco Azorín, como dije antes sencilla y funcional, en el recinto emeritense, pues en ese momento se convierte en algo único e irrepetible. Quien haya vivido esa experiencia sabe de lo que estoy hablando, pues como decía en el encabezamiento, uno se siente bajo el peso de la historia y se queda maravillado de como puede estar todavía en pie este increible lugar.
También quede muy impresionado por la vigencia del texto y en este caso por la licitud del asesinato del tirano por el bien común, tema para nada baladí, pues escucho con horror últimamente este mismo argumento en una sociedad cada vez más radicalizada y que empiezo a sospechar que la única democracia en la que creen es la suya, la de sus ideas, que por otro lado suele ser bastante poco democráticas. Ocurría también en "V de vendetta", donde se sugería si el terrorismo es válido para acabar con una dictadura. Un argumento que Shakespeare, en su genialidad, narra de forma admirable. Aquí también habría que felicitar al traductor, por su fantástico trabajo.
Y no es el único punto de Shakespeare que me ha hecho reflexionar, pues entronca directamente con las tragedias griegas, en ese punto, en que es una tragedia, definiendo este tipo de teatro como el momento en que los personajes están marcados por el destino y no pueden elegir, lo que sería el punto de separación con el drama. Aquí, al inicio ya lo asegura el oráculo al propio César.
Y no lo puedo evitar, es una de mis debilidades la tragedia, desde Sófocles, Eurípides, el propio Shakespeare, hasta llegar al último gran autor trágico, el Federico García Lorca de "Bodas de sangre". Así que estimados lectores, ya sabéis: "Guardaos de los Idus de marzo".

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