domingo, 19 de junio de 2016


CONSIDERACIONES SOBRE "SI LA COSA FUNCIONA"

Lo habitual es que grandes éxitos de la escena acaben convertidos en películas, aunque aquí sucede al contrario y a pesar de que ha habido casos siempre es una rareza que del celuloide pase a las tablas del escenario, pero es lo que tiene el solo nombre de su autor y su forma de entender el cine.


Y es que Woody Allen dirige sus filmes muy basado en los diálogos y la dirección de actores y como tiene el compromiso de estrenar un largometraje por año, no siempre son grandes producciones con numerosos escenarios y en más de una ocasión sus propuestas son intimistas y en pocas localizaciones. Y eso sucede desde los tiempos de "Interiores", hace ya más de treintaycinco años, ¡qué se dice pronto!
"Si la cosa funciona" llegó en el 2009, tras varios fiascos creativos seguidos como fueron "Vicky Cristina Barcelona", "Scoop", "El sueño de Casandra", a las que también sumo "Match point" por la escasa quìmica entre sus actores. Fue un soplo de aire fresco en alguien, como yo, que lleva venerando al realizador estadounidense desde su adolescencia y que no se pierde casi ninguno de sus estrenos desde tiempos inmemoriales. Una comedia inteligente, con ese Nueva York como "telón de fondo" donde conviven esos personajes cultos, ricos, bohemios e inteligentes con todas las enfermedades neuróticas de su creador y un poco del mundo occidental entre los sectores más refinados y profesiones liberales.
El encanto de la película era un guion conocido con todas las obsesiones de Allen y un remedo suyo interpretado por un portentoso Larry David. La adaptación en español de Luis Colomina es magnífica, manteniendo el espíritu del original, situado en un solo escenario (el apartamento de Boris) con una dramaturgia acertada y solucionando las escenas en exterior  con una pantalla que nos cuenta lo que sucede pero sin perder ritmo, a lo que hay que sumar un uso del sonido, iluminación y efectos que consiguen el objetivo que la función no decaiga en ningún momento y son cien minutos seguidos, sin descanso entre actos, lo cual es de agradecer.
Virtudes a las que se suma el director escénico Alberto Castrillo- Ferrer, en el hasta ahora más importante encargo como responsable de su trayectoria escénica que sin ofrecer nada especialmente novedoso en la puesta en escena, consigue que una obra donde todo el elenco podría estar excesivamente histriónico, mantenga el tono y más que parecer sacado de cualquier comedia de situación española sea puro teatro, con sus "tics" y su forma propia de interpretar. No lo sé pero me temo que Castrillo- Ferrer ha debido de ser antes actor y eso se nota en su forma de dirigir a todos los personajes, encabezados por un magnífico José Luis Gil aunque es un papel "a su medida", como sucede a la guapa Ana Ruiz que marcada por su físico podría haber sido "devorada" por el entrenecedor papel de Boris pero no solo aguanta el envite sino que luce plenamente, por lo que tendré que seguirle la pista en el futuro. El resto de secundarios cumple sin problemas su cometido con los acertados Rocío calvo y Ricardo Joven y una espléndida Beatriz Santana, a la que la profesión no ha recompensado como debería, pues siempre que la he visto cumple sus roles con eficacia, pero es lo que tiene el teatro y esta profesión tan ingrata muchas veces.
Un placer como siempre volver a Madrid y disfrutar de una obra divertida y donde tras salir del Maravillas en Malasaña pasear por esas calles adyacentes tan llenas de recuerdos, pues Woody Allen tiene como un personaje más su amado Nueva York, en mi intrahistoria aparece la capital de España como recorrido vital y "educación sentimental" flaubertiana aunque no sea un misántropo malhumorado ni un genio ni tenga el talento para el diálogo y la respuesta divertida como los protagonistas de ese honesto realizador que es Woody Allen y que los responsables de esta obra han tratado con un respeto y buen hacer digno de encomio. Y a eso se le llama talento. Felicidades.

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